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Cuento de Mónica

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Mónica y su madre en frente del mar.

Mi nombre es Mónica, soy peruana pero vivo en los Estados Unidos desde hace casi 20 años. Estoy casada, tengo una hija y tengo 10 años trabajando para Planned Parenthood de Wisconsin (PPWI). Cuando conozco a una persona por primera vez siempre le digo dónde trabajo. Sé que otros colegas no lo hacen por temor a los reproches pero yo lo hago porque trabajar para PPWI es parte de mi identidad. A lo largo de los años, he aprendido que el concepto de identidad es complejo y evoluciona con los años pero creo que es importante recordar de dónde venimos para saber a dónde vamos. PPWI me ayudó a consolidar mi identidad en los Estados Unidos y gracias a lo que he aprendido en esta organización, puedo decir orgullosamente que soy una mujer latina que cree en la justicia social y en la justicia sexual y reproductiva. Pero haber nacido en el Perú durante la época de la violencia política fue la experiencia que me marcó y sembró en mí el deseo de defender los derechos humanos, la justicia social y la justicia reproductiva.

Nací y me crié en el Perú de los 80's y los 90's. El país vivía una guerra civil interna que dejó como resultado más de 60,000 muertos. Fue un episodio en la vida de mi país que dividió a la población en dos bandos: la fuerza militar del Estado y los grupos terroristas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). La población civil se encontró en medio de ambos fuegos y el resultado fueron cientos de miles de muertos, principalmente campesinos de las zonas más pobres de los Andes.  

 

Mi niñez estuvo marcada por la constante amenaza de atentados terroristas, coches bomba, apagones eléctricos, una economía inestable y una moneda devaluada. Pese a la realidad del país, tuve una niñez privilegiada. Mis padres eran profesionales jóvenes y de éxito; producto de la educación que recibieron en Europa. Me dieron una buena educación y no puedo decir que experimenté carencias económicas. En casa yo vivía feliz, contenta y segura pero sabía y veía que esa no era la realidad de otros niños peruanos. Mis padres siempre estuvieron agradecidos por la oportunidad que tuvieron de estudiar en el extranjero y me enseñaron a compartir con los menos afortunados.

Tal como ocurrió en otros países latinoamericanos, el Perú pasó de un periodo de violencia política a un régimen dictatorial que duró 20 años. Cuando estaba en el último año de secundaria, recuerdo estar viendo el noticiero que transmitía en vivo, el destape de un video en el que se mostraba al asesor presidencial sobornando a empresarios, dueños de medios de comunicación y políticos peruanos para que se pusieran a disposición del régimen fujimorista. Le pregunté a mi papá por qué el país tenía tanta gente amoral y qué se podía hacer. Él me miró con una expresión de tristeza y desconcierto por hacer una pregunta tan obvia o inocente, no lo sé.  Me dijo: “Mochi, ese ha sido el Perú de mis abuelos, de mis padres y el de mi generación.

Un mural político en Perú.

No sé, cómo se podría cambiar”. Su respuesta me dio mucha rabia y le dije: “¿Esa es tu respuesta? ¿Que no se puede hacer nada? Por eso es que el país está como está, porque hay gente conformista como tú”. Él me dijo un tanto resignado: “Pues ojalá ese ímpetu de tu generación sirva para algo”. Ver los videos de la corrupción y el deseo de no ser parte de una generación de peruanos más que se conformaba y aceptaba la situación del país, se convirtió en mi fortaleza; es decir, mi fortaleza es mi capacidad de indignación para no aceptar las cosas con las que no estoy de acuerdo y hacer algo para lograr el cambio. Debo decir con orgullo que esta fortaleza continúa viva en mis acciones y pensamientos diarios.   

 

En el año 2000, el Perú retornó a la democracia y el presidente Toledo autorizó la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación para explicarle al país qué pasó durante los 20 años de violencia política y poder mirar al futuro con esperanza. La comisión estaba compuesta por grandes académicos, especialmente sociólogos, abogados y humanistas de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). La PUCP fue parte de mi vida desde que era niña. Toda mi familia estudió en esa universidad y desde niña supe que era una expectativa que yo siguiera los pasos de mi familia. Además de ser la mejor universidad del país y una de las mejores de sudamérica, mi papá trabajaba ahí y como hija tenía derecho a recibir mi  educación completamente gratis. Así que no había otra opción: tenía que ingresar a la PUCP. 

Una foto del libro Hatun Willakuy: Versión Abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

En el año 2002, ingresé a la Facultad de Derecho y tuve la oportunidad de transcribir algunos testimonios que los sobrevivientes dieron a los comisionados en los que narraban las atrocidades que sufrieron a manos de los grupos terroristas o de las fuerzas del Estado. Esos dos testimonios cambiaron mi vida, pusieron ante mis ojos la realidad de un grupo de peruanos olvidados y fui consciente de lo privilegiado de mi posición. Muchos estudiantes nos volvimos voluntarios de la Comisión Nacional de Derechos Humanos porque era la entidad que encabezaba el plan de reparaciones para los sobrevivientes. Esta etapa en mi vida fue de mucho aprendizaje y crecimiento pero sobre todo, forjé amistades duraderas e inolvidables.

Ese mismo verano, a manera de relajarme un poco, viajé a los Estados Unidos como parte del programa “Work and Travel” y mi vida dio un vuelco de 180°. No solo conocí a quien hoy es mi esposo sino que experimenté una nueva realidad; la de ser inmigrante. Hasta ese momento, yo había viajado a los Estados Unidos como turista, de vacaciones o para visitar a familiares. 

En el 2005, mi esposo y yo nos casamos y vine a vivir permanentemente a los Estados Unidos. Sabía que tenía que terminar la universidad e hice mi cambio a la Universidad de Wisconsin- Whitewater y me gradué con dos carreras: Ciencias Políticas y Estudios Internacionales. Como todo inmigrante no tenía seguro médico, así que viajaba al Perú cada 8 meses para ir al doctor y al dentista. Me salía más barato comprar un pasaje aéreo que pagar una visita médica sin seguro médico. Y es que no era que no me ofrecieran un seguro médico en el trabajo pero la prima era tan costosa que no era realista tenerlo. 

 

El costo de las medicinas estaba por los cielos y simplemente no podía pagarlas. Mis padres me enviaban las pastillas anticonceptivas por correo cada seis meses pero en una oportunidad, el envío no llegó. Yo sabía que no quería tener hijos, por lo menos no mientras estaba en la universidad pero la verdad es que no podía pagar 120 dólares por un paquete de pastillas. Una amiga me recomendó ir a PPWI y cuando llegué me atendieron muy bien. Gracias a PPWI pude comprar un paquete de pastillas a 10 dólares cada uno. Cuando salí de la clínica me sentí tan agradecida que me hice la promesa de ayudar de alguna manera a esa organización. 

 

Yo no conocía mucho de PPWI, así que me metí al internet para entender un poco más y descubrí que PPWI era mucho más que métodos anticonceptivos. Cada vez que pasaba por la clínica y veía a la gente que protestaba contra PPWI, me preguntaba: no saben que PPWI es mucho más que el aborto? Me daba mucha rabia que fueran tan cerrados de mente y que no escucharan razones. Confieso que a veces pasaba por la clínica solo para reprocharles. Ahora me río de mí misma porque soy yo quien le dice a la gente que ellos tienen el derecho a protestar. En el año 2014, se me presentó la oportunidad de trabajar para PPWI-Delavan y desde entonces he aprendido mucho. El camino no ha sido fácil porque me ha tomado mucho tiempo encontrar mi identidad dentro de la organización. 

 

El programa CCmáS con los promotores de salud llegó a mi vida por casualidad pero como una brisa refrescante en mi vida. Me encontraba en una etapa solitaria de mi carrera dentro de PPWI. Sentía que mis jefas no me escuchaban y no me entendían. Era una de las pocas gerentes latinas y sentía que mis ideas no eran escuchadas. La verdad es que me sentía como el patito feo dentro de una organización de mujeres blancas. Por cosas de la vida, María Barker, Directora del Programa CCmáS, me invitó a una de las juntas semanales que tenía con la gente del equipo y a partir de ese día quedé enamorada del programa. 

Mónica con promotores y empleados de PPWI en un evento para el aniversario de CCmáS.

Me sentía tan contenta y renovada de haber encontrado un grupo de mujeres latinas que luchaban por la misma causa dentro de la organización. Yo quería trabajar con estas mujeres directamente porque las consideraba parte de mi equipo. Así que me contacté con María y le dije que la clínica de Delavan necesitaba una promotora de salud. Ella me dio la luz verde para que buscara a una persona que pudiera trabajar en la clínica y después de casi un año la encontré. Pasados unos meses, otras dos mujeres se sumaron al equipo y ahora tenemos la oportunidad de ayudar a más personas de la comunidad.

La presencia de las promotoras de salud ha hecho que la clínica de Delavan vea más pacientes pero también que la posición de PPWI se consolide en el Condado de Walworth. El Departamento de Salud y varias organizaciones sociales quieren trabajar con nuestro equipo porque saben que la comunidad nos tiene confianza y somos efectivos ayudando a nuestra gente. Nuestro trabajo ayuda a que la comunidad latina tome decisiones autónomas sobre su salud sexual y reproductiva, así como brindarle asistencia y recursos que necesitan.

Mónica y un grupo de mujeres en un evento formal. 

Mónica y promotores de salud con mascarillas detrás de una mesa de CCmáS.

Empecé esta historia en la búsqueda de los componentes de mi identidad y cómo PPWI contribuyó a formarla. Cada vez que le enseño a una jovencita cómo usar un método anticonceptivo, recuerdo a esa Mónica asustada porque no quería ser mamá pero que no podía pagar por sus anticonceptivos. Por suerte ahora puedo cumplir la promesa que hice hace años a través de mi trabajo, el cual realizó con pasión. Hoy más que nunca estoy convencida de la importancia de que las mujeres defiendan los derechos humanos, la justicia social y la justicia reproductiva porque el futuro de nuestras hijas depende de ello. Tal como PPWI estuvo conmigo cuando más lo necesitaba, yo sé que estará ahí para cuidar de mi hija, pase lo que pase.

La hija de Mónica leyendo un libro.

 La hija de Mónica con un letrero que dice "Manos fuera de mi uteró" en un evento de protesta.

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