¿Quién soy? Mi historia a través del tiempo
Mi nombre es Elisa, hija de Augusta y Antonio, soy la segunda de ocho, y puedo decir con orgullo que soy el producto de lo que mi madre me formó, soy alguien que sostiene a alguien en su camino. Soy peruana, y nací en el norte del Perú, cerca de la frontera con Ecuador en un pequeño pueblo. Mi papá, Antonio, fue militar y por esta razón recorrimos el Perú durante nuestra niñez.
Elisa en frente de una pintura.
Mi camino fue marcado por el compromiso y la responsabilidad de ser la hermana mayor o parte de las mayores. Durante mi niñez crecí en forma acelerada, por ello no hubo tiempo para disfrutarla. Ser una de las mayores de 8, me dio el compromiso conmigo misma y con los míos de estar atenta a las necesidades de otros. Por esta razón cuando tuve mi propia hija quise que ella disfrutara su niñez. Pienso que es la mejor etapa de la vida sin responsabilidades, solo jugar, soñar y crecer. Ahora tengo la dicha de ser abuela y me deleito viendo a mi nieta jugando, leyendo y soñando.
Yo era una chica tímida y no sabía mucho de las relaciones entre jóvenes. Sin embargo, me fui enterando de este tema poco a poco a pesar que me causaba un poco de miedo y a la vez curiosidad. Yo tenía en aquel entonces entre 13 y 14 años, y puedo decir, miedo, porque siempre vi a mi madre embarazada. Somos 8 hermanos y a esa edad me había percatado que mi mamá había estado embarazada unas 3 o 4 veces. No entendía porque éramos tantos. A veces me comparaba con mis amigas que tenían 1 o 2 hermanos, por esa razón no me sentía bien.
Mamá nunca habló conmigo de este tema. Yo cuidaba de mis hermanos menores, pero cuando me casé, ya pasados algunos años, me hice la “promesa” de tener solo un hijo, porque había vivido una infancia y adolescencia cuidando de ellos, mis hermanos, con muchas restricciones de todo tipo, especialmente económicas. Mi madre nunca usó ni intentó usar algún método anticonceptivo, porque en aquella época no era muy común su uso. Con esa idea fui creciendo y la vida se encargó de hacer realidad aquella promesa.
El tiempo pasó y cuando tenía 17 años llegué a la universidad. Recuerdo muy bien cuando ingresé, mis padres muy orgullosos pero a la vez preocupados, especialmente mi papá, porque era una universidad para formar ingenieros y la mayoría eran varones. De 10000 estudiantes que ingresaron sólo 30 fuimos mujeres; fue una lucha personal, especialmente con mi papá, que al final entendió que yo como mujer también tenía el derecho de competir en iguales condiciones que los varones. Fue, aquella época de estudiante muy gratificante llena de experiencias y conocimientos que marcaron mi vida profesional. Ser mujer y minoría me abrió puertas para mi futura formación en el extranjero. Viajé a Alemania y otros países de América Latina como Argentina, Uruguay y Chile.
Esta alegría y felicidad se vio truncada por acontecimientos políticos que ocurrieron en mi país; es decir la alegría de ser una profesional joven llena de sueños y planes se vieron frustrados por los hechos que acontecieron. Corrían los años 70 a 75 y en aquella época había surgido un movimiento maoista revolucionario en las zonas andinas y en la selva del Perú.
Fue una nueva ideología de izquierda que se encendió probablemente por las diferencias sociales y económicas de un sector de la población; “la pobreza y la falta de oportunidades fue el caldo de cultivo de aquella ideología.” Este conflicto duró mucho tiempo, casi 20 años. Prácticamente se inició cuando ingresé a la universidad en los años 70-72, y a medida que avanzaba en el tiempo las consecuencias de este “conflicto armado” fueron devastadoras para muchos.
Después del Conflicto, la sociedad de mi país no fue la misma. Nos encontramos con Comunidades Andinas enteras que se desplazaron huyendo de la violencia política y muchos problemas sociales esto, creo, influenció en mi generación, en el universo de jóvenes que ingresamos de la universidad en aquella época. Las consecuencias en la población una vez terminado el conflicto cambió nuestra manera de pensar y percibir a la sociedad en que vivíamos. Pero pudimos ver y palpar la desigualdad y la pobreza en que había estado un sector de la población. Pudimos ver de cerca la condición de las mujeres discriminadas sin esperanza, porque muchas eran mujeres solas y abandonadas, y quedaron a la deriva sin saber que hacer para seguir viviendo en la ciudad capital lejos de sus comunidades. Ellas huyeron de la violencia que azotó a sus hogares y sin poder hablar bien el castellano, porque muchas hablaban solo Quechua o Aymara, se agruparon en las faldas de los cerros que circundan en la ciudad capital.
Esa situación me hizo pensar y tomar acción con conciencia social. Cuando tuve la oportunidad de trabajar en la Cooperación Alemana mi trabajo consistio en “empoderar” a estas mujeres campesinas, enseñándoles cómo vivir en una ciudad lejos de su comunidad, cuáles eran sus derechos, como mujeres, como peruanas, capacitándose en aprender algún oficio para que ellas mismas pudieran salir adelante, realizando alguna actividad que les permitiera tener un sustento en sus vidas. De esta manera y con el tiempo, ellas formaron pequeñas cooperativas y grupos de trabajo que les ayudó a mantener a sus hijos. Les hablábamos de sus derechos como mujeres, de los cuidados que deberían tener ellas y sus hijas, del valor de ellas de ser ciudadanas, y de lo que ellas valían dentro de su comunidad y la sociedad. Les hablamos del trauma que vivieron durante esa época de violencia y cómo podían superarlo.
Artesania Peruana.
Yo había leído acerca de una técnica psicológica, que consiste en “hablar acerca de lo que te había pasado y aquello que representaba un problema para ti.” “Este problema podría disiparse y la persona podía sentir alivio a las penas o entender lo que había pasado, si lo contabas y otros te escuchaban.”
Tratamos de ayudar a estas mujeres formando grupos, conversando con ellas mientras realizaban sus labores como tejidos y bordados. Ellas hablaban de los problemas vividos y lo que les pasó en aquella época y mientras hablaban compartían sus sentimientos y se consolaban unas a otras. Estos diálogos ayudaron a muchas a superar los traumas y encontraron un poco de paz y consuelo. Dirigimos estos grupos durante algunos meses y más adelante algunas ayudaron a otras con la misma “Técnica del Diálogo”. Este trabajo social cuestionaba siempre mi formación técnica en la universidad. Recuerdo años más tarde, cursé una Maestría en Gerencia Social que me ayudó a comprender más el aspecto social de mi vida.
Pasó el tiempo y mi hija ya estaba próxima para ingresar a la universidad. Habían transcurrido cerca de 20 años desde la experiencia con aquellas mujeres, el país había cambiado al igual que la sociedad, nos encontrábamos en una época de franca tranquilidad política. El terror fue eliminado y la sociedad iniciaba el camino hacia la reconciliación entre los diferentes actores.
Elisa con su familia en Wisconsin.
Mi hija fue motivada por estos sentimientos de justicia, reconciliación nacional, y conciencia social. Cuando estuvo en la universidad y cursaba el primer año de leyes, se enroló en un programa de verano para viajar a los Estados Unidos como becaria por tres meses la siguiente primavera. Este viaje cambió el rumbo de su vida, conoció al que hoy es su esposo. Regresó a Perú a los tres meses pero después de un corto tiempo hizo el viaje de regreso a Wisconsin para quedarse. Cuando dije que este viaje le cambió la vida, quise decir que nos cambió la vida a todos. Después de un tiempo, viajamos Gonzalo y yo a Los Estados Unidos; es mi única hija y quisimos estar juntos en este nuevo país. Al llegar a este país estuve confundida de qué cosa hacer, supe que el sector salud era el único en aquella época 2010 que ofrecía oportunidades de trabajo. Por esa razón inicie mis estudios como Técnico de Laboratorio Médico.
Mi hija se había graduado en la Universidad de Whitewater y después de un corto tiempo de trabajar en Milwaukee ingresó a trabajar para Planned Parenthood. Yo veía a mi hija emocionada con su trabajo. La pasión que veía en ella, en el trabajo con esta Organización, me llamó la atención me preguntaba, “¿Qué tiene esta Organización que hace que mi hija amara su trabajo y se identificara con ella?” Hablamos y conversamos sobre la Organización y cómo servía a la comunidad. Me quedé impresionada e intrigada y cuando termine mis estudios y me gradué una vez más, ella me hizo esta pregunta: “No te gustaría trabajar para Planned Parenthood? Hay una posición abierta.” Y así lo hice, y empecé a trabajar en la Clinica de Racine al poco tiempo como Asistente Médica.
Elisa con promotores de CCmáS.
No conocía de las Promotoras hasta que un día Maria Barker me invitó a participar en las Juntas de Promotoras los jueves a las 5pm. Me encantó, me identifiqué con el trabajo que hacían, recordé lo que yo había hecho años atrás en mi país y esta experiencia vivida fue una de las razones que me motivaron a ser Promotora de Salud de PPWI en mi nuevo lugar.
Descubrí que casi había tenido un papel de Promotora cuando empecé a trabajar con las “mujeres desplazadas” en la lucha de lograr una sociedad inclusiva y justa. En muchos casos la violencia doméstica también estuvo presente y estos eran los temas que trabajaban las Promotoras de Salud de Planned Parenthood, por ello me sentí mucho más motivada con mi nuevo rol.
El recuerdo latente de mi niñez en la figura de mi madre todavía está presente en mi trabajo de poder ayudar a mujeres a decidir sobre su persona con respecto a su planificación familiar, mostrándoles el camino para que ellas puedan tomar decisiones sobre su salud reproductiva, y ayudarles a entender que son ellas mismas dueñas de sus decisiones y de su futuro.
El esposo de Elisa con su nieta.
Elisa con su nieta.